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¨ El ser humano tanto ha de usar de ellas (todas las cosas)

cuanto le ayudan para a alcanzar su fin,

y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impidan.

Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas¨ 

(San Ignacio de Loyola, EE.23)

Constantemente vamos caminando con grandes deseos en el corazón, deseos que pueden ser capaces de ponernos en movimiento, en búsqueda, capaces de hacernos salir de nosotras mismas, de lo habitual, de nuestras comodidades, hacia el encuentro de los demás, estrechando distancias, tendiendo puentes, haciendo vida aquello que se desea.

Es en el proceso de escucharnos, de ir poniendo nombre a lo que sentimos y conociendo nuestras raíces que aquel deseo va ensanchando el corazón y nos invita a apostar por nuestra felicidad. Sin embargo, aunque emprendemos el camino con gran voluntad, entusiasmo, pasión y esperanza, los obstáculos y las dificultades no se hacen esperar. Nos podemos encontrar deseando profundamente acercarnos a los más pobres, a los más necesitados y de pronto nos cuesta salir de nuestras comodidades, nos vemos apegadas a personas, a cosas, a situaciones, podemos hasta llegar a creer que son indispensables en nuestras vidas. Esto le pasó al joven rico (Mt 19, 16-30), un joven apasionado, emprendedor, lleno de grandes deseos, pero también dividido en sus afectos, lleno de apegos y al final se marcha entristecido. ¿Será esto falta de libertad?

San Ignacio de Loyola inicia su propuesta de Ejercicios Espirituales con el Principio y Fundamento en el que propone ver las cosas creadas en función a los deseos que le dan sentido a nuestra existencia. Se trata de ¨examinar¨ nuestra relación con las cosas, con las personas, el papel que desempeñamos dentro de las situaciones, y preguntarnos ¿Esto me acerca al fin para el que se me ha creado, esto me pone un paso más cerca de mis deseos más profundos? O por el contrario ¿Esto no me deja avanzar, me distrae y me limita?

Responder a estas preguntas nos regala un norte, pero supone un gran reto, ya que nos pone de frente a otra cuestionante: ¿Soy capaz de elegir lo que descubro que me conduce al fin para el que he sido creada y dejar de lado las que descubro que me paralizan en el caminar? Si las cosas que elegimos no nos colocan en camino para alcanzar lo que hace latir a nuestro corazón y aun así nos apegamos a ellas, entonces estamos poniendo en juego la propia libertad.

Aquí tiene lugar una actitud que desde la espiritualidad ignaciana se nos invita a vivir, ésta es la ¨Santa indiferencia ¨ o indiferencia ignaciana. Estas dos palabras sugieren un desprendimiento que nos da libertad, esta libertad surge del saber a Dios mayor que nuestros propios esquemas. Es mirar sin preferencia o juicio lo que se nos ofrece, de tal manera que tengamos la plena disponibilidad de elegir sobre ellas. Esta indiferencia “sólo se puede entender desde el amor que está dispuesto a todo” (Lambert, 2006), desde el amor que le da sentido tanto a la enfermedad como a la salud, a la riqueza como a la pobreza, al honor como al deshonor.

Sin duda, la indiferencia no es apatía o desinterés, si no, por el contrario, una vinculación radical con el amor, que nos lleva a una relativización de todo lo demás. Por amor soy capaz de entregar la vida, de dar sentido a mi enfermedad, de vivir una humillación. Podemos considerar que la indiferencia de la que habla Ignacio es una libertad que nace del amor, en ella se lleva a plenitud el primer mandamiento “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” y abre la vida a una total disponibilidad ante la voluntad de Dios, “que no quiero ni me afecto más a tener riqueza que pobreza, a querer honor que deshonor, a desear vida larga que corta, siendo igual servicio de Dios” (EE.23).

Desde esta actitud, las comodidades, las personas, las situaciones, aquello que comenzó a formar parte de nuestra lista de ¨dificultades¨ toman otra perspectiva. Desde la indiferencia se abre para nosotras el camino de la libertad y de la disponibilidad para elegir desde un corazón despojado, lo que más nos acerque a Dios y a los deseos que él mismo suscita en cada una de nosotras.

Karla Guerra Fondeur

Referencias

Willi Lambert, sj. (2006). Vocabulario de Espiritualidad Ignaciana. Bilbao: Mensajero.

Santiago Arzubialde, sj. (2009). Ejercicios de S. Ignacio. Bilbao: Sal Terrae.

Carlos Domínguez Morano, sj. (2009).  Psicodinámica de los Ejercicios Ignacianos. Bilbao: Sal Terrae

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