EQUILIBRIOS
Las Religiosas del Apostolado somos mujeres enamoradas de Jesús y de su proyecto. Llenas de gratitud por su amor gratuito y misericordioso, hemos elegido seguirle y entregarle a Él nuestra vida, para dar a conocer su amor a los más pobres y pequeños. Reconocemos que llevamos el tesoro de nuestra vocación en vasijas de barro porque somos pecadoras, perdonadas y llamadas. Como somos limitadas y frágiles, como cualquier ser humano, nuestra vida se teje en el día a día desde un amor lúcido y despierto, alegre y agradecido. Así, nos sabemos sostenidas y llamadas por Dios, pero sabiendo que es necesario desear y elegir cada día lo que más nos conduce al fin para el que hemos sido creadas. Estos son algunos de los equilibrios que forman parte de nuestra vida. El amor al Corazón de Jesús y la configuración con los sentimientos de su Corazón, son nuestro horizonte, nuestra razón de ser y existir. Y expresamos este amor en vidas alegremente entregadas, con humildad y sencillez, al servicio de nuestros hermanos y hermanas.
Amor Célibe
Este es el amor al que estamos llamadas todas las religiosas y religiosos. No renunciamos al amor. Lo vivimos de otra manera. Buscamos y deseamos querer a los demás enraizados en el amor del Dios de Jesús. Sin exclusividad, con un buen amor que busca el bien y el crecimiento. Sin pareja, pero con vínculos firmes y sólidos con los demás a quienes amamos. Sin crear una familia, pero siendo parte de una gran familia, que es la Congregación, la Iglesia y toda la humanidad.
Pobreza Esperanzada
En nuestro deseo de hacer presente en este mundo el estilo de vida de Jesús de Nazareth, buscamos que Dios sea nuestra única y mayor riqueza. Esta es una tarea que requiere mucho discernimiento y confianza en Dios, y buscar vivir desde una lúcida atención para utilizar los medios necesarios para la misión sin caer en la tentación de llenar nuestro corazón de cosas y personas.
Libertad Obediente
Intentamos vivir buscando y hallando el querer de Dios en nuestra vida y en nuestra realidad. Desde esta certeza, vivimos disponibles para ir a cualquier parte, en cualquier momento, allí donde se nos considere necesarias. Confiamos en que el amor de Dios que nos sustenta y anima, es un amor lleno de ternura y bondad, que busca en todo momento el bien. Por eso, nos ponemos en sus manos con la certeza de que encontramos nuestra más profunda libertad cuando nos ponemos en camino de ordenar nuestros afectos y vivir nuestra vida según el querer de Dios.
Llamada personal –
Vida Fraterna
La llamada de Dios es personal y cada una hemos sentido en nuestro interior esa invitación a seguirle y a entregar, en Él y con Él, nuestra vida al servicio del Reino. Cada una de nosotras nos sentimos responsables de dar nuestra respuesta generosa al Dios que nos ama y de quien hemos recibido tanto bien, tanto cariño, tanta vida. A su vez, esta llamada personal, se convierte en una llamada a la fraternidad, pues hemos elegido responderle siendo parte de una Congregación Religiosa que nos convoca y nos reúne para ser semilla del Reino dando a conocer al Corazón de Jesús por nuestro corazón.
Unidad en la Diversidad
El Dios de Jesús es el Dios de los colores, de la diversidad, de la creatividad infinita. Ha creado a cada ser humano único y diferente. Por eso, las Religiosas del Apostolado, entendemos que la unidad sólo es posible si cada una es sí misma, ella misma. Somos diferentes, cada una con sus fragilidades y fortalezas, con sus más y sus menos, con sus posibilidades y sus limitaciones. Y en esa diferencia está la posibilidad y la riqueza de nuestra unidad.
Contemplativas en la Acción
La Espiritualidad Ignaciana que está en la base de nuestro Carisma, nos invita a ser contemplativas en la acción. Esto significa que vivimos buscando a Dios al tiempo que trabajamos por su Reino. Vivimos nuestra búsqueda en medio de la actividad diaria. Buscamos y hallamos a Dios en el silencio de la oración y también en el trabajo con el que ganamos nuestro sustento y en el servicio a nuestros hermanos y hermanas.