Señor, no tengo nada que ofrecerte
que Tú ya no tengas.
Señor, no tengo nada que decirte
que Tú ya no sepas.
Tú sabes mis entradas y salidas.
Tú conoces mi senda.
Aquí estoy, Señor, manos vacías,
pues nada tengo ya: todo lo he dado.
Sólo espero conserves en mi ser
la paz que Tú, Señor, me has regalado.
Tú conoces mis ansias, mis anhelos,
porque Tú los prendiste con tu fuego.
Me pediste, Señor, que amara mucho
y amé con el amor que nada espera.
Me pediste que diera sin medida;
di fuerzas, di perdón di lo que fuera
para seguir tu voz.
Hoy te pido, Señor, que me perdones
las veces infinitas
que a tu amor me cerré.
Y perdona la falta de alegría
que puse en mi esperanza y en mi fe.
Aquí estoy, mi Señor,
manos en alto
para darte gracias
por el don de la vida que me diste,
de la que ya, Señor nada me queda
porque siempre entendí
que me la dabas
para que yo la diera.
Gracias, Señor,
por la belleza, la música y la flor.
Gracias, Señor, por la amistad
sincera de los hermanos buenos
que me dieron su apoyo y su calor.
Gracias también, Señor,
por quien no quiso
compartir mi alegría y mi dolor;
todos fueron ayuda en mi camino
para llegar a Ti con más amor.
Aquí estoy yo, Señor, manos vacías
y apagada mi voz porque no tengo
nada más que decirte
que Tú, Señor, no sepas;
nada más que ofrendarte
que Tú, Señor, no tengas.
Nada, nada, Señor.
OFRENDA
María Tereza Azcona, ra